martes, 28 de octubre de 2008

Parece un día común. Desde exteriores.
Por dentro voy rogando dos cosas:
que el tipo me llame o que
la rubia que pasea ese seudoanimal lleno de actimel y pastillas anticelulitis,
exploten por el aire.
Y ninguna de ambas parece menos improbable, una por las leyes de la física
y la otra porque los hombres normales no llaman
a mujeres que esperan combustiones en las veredas,
mientras el dial se empeña en no encontrar algo que no suene
a relato futbolístico o pop latinoamericano.
Necesito heavy metal. Ahora. Ya.
Los ovarios palpitan, acalambrándome la cadera,
los muslos,
los remordimientos y las zapatillas viejas,
mientras la rubia se encuentra con otra rubia sin chihuahua,
y el camino me queda solo,
sin llamado,
sin metal
y sin fuego.

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