domingo, 1 de junio de 2008



Y claro.
Es cuestión de estrategias.
Cada bando posee 16 piezas con diferentes capacidades de movimiento, que se mueven en un tablero cuadrado de 8×8 casillas, alternativamente claras y oscuras (frecuentemente blancas y negras). Las piezas de cada jugador al principio de la partida son un rey, una dama o reina, dos alfiles, dos caballos, dos torres y ocho peones. Las piezas de los dos bandos se distinguen por sus colores, siendo tradicionalmente blancas y negras, aunque frecuentemente se utilizan colores claros y oscuros o incluso dos colores cualesquiera distintos que no necesariamente tienen que ver con los del tablero.A las piezas más claras, se las suele establecer como las blancas, siendo las más oscuras entonces, las negras. Para nombrar a los jugadores, se suele utilizar también los nombres blanco y negro, de acuerdo con las piezas que conducen.
Cuestión de saber ubicar las fichas, y de saber ubicarse. De medir. De avanzar escudriñando, especulando.
El ajedrez no es un juego de azar, sino un juego estrictamente racional. El desarrollo del juego es tan complejo que ni aun los mejores jugadores (o los más potentes ordenadores existentes) pueden llegar a considerar todas sus contingencias: aunque sólo se juega en un tablero con 64 casillas y 32 piezas al inicio, el número de posibilidades que pueden lograrse excede el número de átomos en el universo.

Sentir es otra cosa. Besar, acariciar, mirarte a los ojos. No esperar, para lograr, que? No quiero comprar cosas, no quiero negocios, no quiero debe y haber. Libros contables y columnas con números.
Se juega por turnos, y comienza el que juega con blancas, lo que le concede una pequeña pero sustancial ventaja (se ha observado que, el blanco consigue aproximadamente el 55% de los puntos en juego frente a un 45% del negro, en bases de datos que recopilan millones de partidas). Cada jugador intenta obtener ciertas ventajas en su posición, que frecuentemente consisten en la captura de las piezas del contrario (ganar material), aunque el objetivo final, es la capura del rey enemigo, y no de sus piezas.
La captura de las piezas del contrario, es efectiva en tanto que disminuye su capacidad de darnos 'jaque mate' y aumenta las opciones que tenemos de darle jaque mate nosotros. No se debe sin embargo minimizar la importancia de aventajar al contrario en material. Hay innumerables posiciones, especialmente cuando quedan pocas piezas o peones, en las que un solo peón de ventaja es suficiente para garantizar la victoria con un juego óptimo.

Qué se yo de blancas o negras...! Tiendo a mirar la gente a los ojos, encariñarme gratuítamente y no reclamar nada. Nada de nada. ¿Fácil? Ha sido de todo, menos fácil.
En numerosas posiciones la partida queda empatada (lo que se conoce como hacer tablas)
La victoria sólo se puede obtener mediante jaque mate, abandono de uno de los jugadores, o con el consumo del tiempo total de la partida, por parte del adversario.
La pérdida por abandono es más frecuente que la pérdida por jaque mate, especialmente entre jugadores avanzados y en torneos. La razón es que es frecuente encontrarse en posiciones en las que el mate es inminente o las pérdidas de material son tan importantes que la partida está inexorablemente perdida frente a un jugador suficientemente experto. Por ello, el abandono se considera una muestra de respeto al contrario y, en cambio, forzar el alargamiento innecesario de la partida, hasta que se sufre jaque mate, una muestra de mala educación.

Mis paroxismos de sinceridad cada vez me respetan menos. Preguntan, se reivindican, se plantan pensando que son importantes y esbeltos y que merecen ser mirados de igual a igual. Y balancear eso en un mundo hecho de casilleros bicrómicos es imposible, una se vuelve la ficha que todos se comen vorazmente.
.................................................................................................................................. Con el tiempo, estar al costado deja de ser dramático y ya no espero a que lleguen al otro lado del tablero para que pidan un recambio. Eso tampoco va a pasar.
No paso facturas.
No lloro.
No exijo.
No grito.
Y definitivamente no me escleroso.
Sonreiré, esperando que un pez gigante y rojo pase por mi ventana algún día para llevarme a volar por primera vez.

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