jueves, 29 de mayo de 2008

Yo no había llegado a tiempo. Yo. Que siempre contaba con todos los relojes de mi lado.

Solía creer en mi todo de acabados perfectos, de cristales biselados y limpios, dónde hasta llorar es controlable.

Pero los espejos se quiebran tarde o temprano de tanto doblarlos; se esparcen en mil pedacitos filosos debajo de lugares dónde no es recomendable ir a buscarlos.

Y llegás tarde.

Por primera vez en tu vida te das cuenta que estás perdiendo algo, pero estás tan poco acostumbrada, que buscas llamarlo de cualquier otra forma.

Cuelgo el teléfono y lo siento reptar por mi pecho, por mi nuca, por mi tráquea. Un aluvión de palabras que no dije, no pregunté, no compartí se están ahogando en un charco de plástico derretido. No puedo gritar. Quiero, pero cuesta tanto respirar que mi cuerpo teme estallar si comienzo a hacerlo.

Las manos tiemblan, toda la sangre en mis manos.

Tengo que armar un bolso, irme ya mismo. Sé que ya no importa, pero necesito tocarle las manos, tocarle el pelo blanco, oler su ropa. Nunca me había disociado de ésta forma: mi cuerpo, funcional y concreto, va y viene de la habitación al baño, del baño a la cocina, de la cocina al armario. Busca objetos, escribe notas, ordena la mesa.

Mientras, mi mente queda atascada en seis palabras al otro lado de la línea.

‘Murió a las cuatro y media’

El divorcio sigue inalterable; cuerpo-mente, cuerpo-mente, cuerpo-mente.

Hasta que algo tan fortuito como una silla de mimbre en medio del camino, nos tropieza a ambas; desde el suelo, sin poder levantarme, vuelvo a patearla. Una vez. La silla queda incrustada. Otra vez. Saltan pedacitos de pintura de la pared, maldito marco derecho de la puerta del baño. Dos veces. Tres, cuatro, tantas como puede soportar un pie descalzo antes de empezar a sangrar.

No sé llorar; aún no he aprendido. Pero todo todo todo duele, y me pregunto que tan hondo llegan las raíces de esas uñas que se quiebran para que todo el resto no explote.

Sin limpiarme, manchando el piso de parqué de las habitaciones, las medias, las zapatillas; me lavo, me cambio, me voy.

Los años pasaron, y he tratado de decir las mismas cosas en otros oídos, creyendo que de dejarlas salir se trataba todo.

Y no.

Cada mayo me devuelve algo de cenizas, desde entonces.

1 comentario:

caléndula dijo...

querías dolor?
ahí tenés.
producto altamente criticado en mi taller literario, que paradójicamente se parece cada vez mas al de agrimbau