jueves, 2 de julio de 2009

Pero Cottard no sonreía.
Quería saber si podía esperar que la peste no
cambiase nada en la ciudad y que todo recomenzase como antes, es
decir, como si no hubiera pasado nada. Tarrou creía que la peste
cambiaría y no cambiaría la ciudad, que sin duda, el más firme deseo de
nuestros ciudadanos era y sería siempre el de hacer como si no hubiera
cambiado nada, y que, por lo tanto, nada cambiaría en un sentido, pero,
en otro, no todo se puede olvidar, ni aun teniendo la voluntad necesaria,
y la peste dejaría huellas, por lo menos en los corazones. Cottard
declaró abiertamente que a él no le interesaba el corazón, que el
corazón era la última de sus preocupaciones. Lo que le interesaba era
saber si la organización misma sería transformada, si, por ejemplo,
todos los servicios funcionarían como en el pasado. Y Tarrou tuvo que
reconocer que no lo sabía. Según él era cosa de pensar que a todos
esos servicios perturbados durante la epidemia les costaría un poco de
trabajo volver a levar anclas. Se podía suponer también que se
plantearían muchos problemas nuevos, que harían necesaria una
reorganización de los antiguos servicios.
-¡Ah! -dijo Cottard-, eso es posible, en efecto, todo el mundo tendrá que
recomenzar todo.
Los dos paseantes habían llegado cerca de la casa de Cottard. Éste se
había animado mucho, esforzándose en el optimismo. Imaginaba la
ciudad rehaciendo su vida, borrando su pasado hasta partir de cero.
-Bueno -dijo Tarrou-. Después de todo, puede que las cosas se arreglen
para usted también. En cierto modo, es una vida nueva la que va a
empezar.

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