sábado, 24 de enero de 2009

Coincido con el viento entre las hojas de los árboles: no puede haber lugar más seguro.
Sé que se dice de mí cosas sin importancia, títulos que no me corresponden, y autorías un poco exageradas para alguien tan pequeña. Y nada, también se dice mucha nada.
Yo sí soy la hija del viento.
La mujer que podría cantar sobre todos los puentes amarillos.
Construí estos brazos de hombre en miniatura, mis cabellos suaves y la boca entreabierta ante todo lo que susurre magia.
Magia, magia, magia...
Agua, agua, agua...
Recolecto uvas de los ojos de cuánto ser humano me roce, y sí, todos parecen estar así de cerca.
No sé si es lo necesario, ni lo suficiente. Por suerte he podido no ahogarme en esas dos eventualidades, y aprender a nadar ha sido uno de los mejores entrenamientos del mundo. Mi mundo.
Perdón por tanto egocentrismo, pero acabo de darme cuenta de los kilómetros de libertad que hay en mi bolsillo izquierdo.

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