viernes, 12 de diciembre de 2008

El eucaliptus de la esquina lleva décadas creciendo,
elevándose,
perdiendo estos listones de hojas que giran sobre su eje
y a su vez sobre ése otro eje espiralado que las lleva a tocar el asfalto
en una comba exacta y precisa, que habrá descripta con nombre propio
en algún teorema lleno de letras que significan incógnitas.
La tecnología avanzó tanto que logró finalmente meter la voz de un uruguayo
en mi oído.
La zamba habla de fuego y trenes,
y siento arder un círculo en mi estómago,
mientras recuerdo que he soñado anoche.
Y yo no sueño.
¿Irónico, no?
Vos estás, y están todos. No en el recuerdo del sueño, no.
Aquí, en cada pausa que la guitarra se toma
para que el cantor respire,
aquí frente a la plaza
en la síntesis de hojas finas.
Estuve esperando, y volveré a esperar.
Creería que estos momentos debieran ser simples,
una vereda
una tarde de verano
un colectivo acelerando,
salvo por un minúsculo detalle.
Una milimétrica mancha en el fondo de una pantalla. Un error meteorológico…

Mis ojos bicrómicos, mis rebeldes pupilas dispares

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