Llamaba a gritos al agua
desde cualquier azotea,
cómo decía Alfonsina.
Ni ella ni yo.
Serían los ojos azules
o el sudor de sauces
o las ventanillas de tren.
En algún rincón, sí lo sabíamos: nos quedó el viento.
Se secaron las plantas de mis pies,
se ajaron
se partieron
se deshidrataron
como les pasa a los niños que se quedan sin nacer
cuando llega el momento.
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