¿Qué es lo real?
Lo real es mi dedo en tu mano, lo que encastra
pero no pasa
y la soledad que te sigue hasta matarte.
La desnudez
el frio
las cicatrices
y los pechos
de donde faltas.
Si.
Los míos.
'O todo sobre mi alter ego: una mujer pequeña que se cansó de pedirle a los caleidoscopios que giren'
Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir.
Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz.
La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única.
¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras,
la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el
áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas, la serena
amistad, las galerías de la biblioteca, las cosas comunes,
los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de
mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se
levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por
las ventanas, pero la sombra no ha traído la paz.
Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz,
la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejércitos me cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.
(Encontrado hoy, en una hoja de una carpeta de ginecología)
Sueńan las pulgas con comprarse un perro y
sueñan los nadies con salir de pobres,
que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte,
que llueva a cántaros la buena suerte;
pero la buena suerte no llueve ayer,
ni hoy, ni mañana, ni nunca,
ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte,
por mucho que los nadies la llamen
y aunque les pique la mano izquierda,
o se levanten con el pie derecho,
o empiecen el año cambiando de escoba.
Los nadies: los hijos de nadie, los dueńos de nada.
Los nadies: los ningunos,
los ninguneados, corriendo la liebre,
muriendo la vida, jodidos, rejodidos:
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal,
sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies,
que cuestan menos que la bala que los mata.
(Escrito por mi, hace más de tres años,
en una carpeta de radiología)
Ella.
Cabello largo. Gigantescas ondas serpenteando por su cuello, generando leves ríos de marrón oscuro, marrón madera. A veces, cuando las preguntas la incomodan, los rejunta, los torsiona sobre un eje imaginario, le da una forma de espiral cerca de su nuca y los deja caer nuevamente, en ése gesto que inconscientemente lleva siglos de seducción a una cascada filamentosa.
No lleva maquillaje. Entre su piel y la otra, sólo aire.
Sus narinas se ensanchan, dos de sus pequeños dientes muerden algo de labio. Mira en la mesa una frase escrita sobre una servilleta y responde algo que no es verdad, no del todo, pero ahora ella no quiere ser sincera. Quiere ser intensa, e interesante, e inteligente y que él la bese.
Levanta los ojos y sonríe.
Él.
Se ha estudiado que la belleza se basa en parámetros de simetría: cuanto más equidistantes son los rostros, más agradables resultan a la percepción visual. Ella no sabe cuanto mide su boca, ni su equilibrio axial, pero intenta no mirarla. Porque es hermosa. Y teme ser obvia, caer primero.
Se ríe cuando ella habla, y su piel se llena de pliegues.
Su piel suave.
Piel.
Hay gente que cree que los primeros besos se dan con la boca, pero es fascinante verlos equivocarse por primera vez.